domingo, 27 de septiembre de 2009

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Goteo incesante

Las noticias nos despiertan día tras día con nuevos casos de violencia. Violencia machista, violencia callejera, violencia en los colegios, violencia en cada esquina. Denuncias de maltrato, de abusos, de intimidaciones que son expresadas en voz alta para posteriormente ser retiradas. En ocasiones, hasta la denuncia es un modo de violencia más, ya que se fundamenta en hechos que realmente no acontecieron, desprestigiando así la palabra, deslegitimando situaciones similares hasta que se demuestre la veracidad de lo denunciado. La víctima ha de demostrar su terror, dado que, de lo contrario, su testimonio no resultará creíble. Y mientras algunos se lucran con testimonios falaces, otros lloran su cotidianeidad henchida de miedos a los que no parece llegar el fin. Miedos para los que no hay respuesta contundente que los ataje. La desprotección, por tanto, sigue siendo parte de nuestro día a día y, aunque a veces es simplemente psicológica, muchas otras es tremendamente cruda.

Hoy gritamos, sí. Hoy lloramos por las humilladas, las masacradas, las muertas en vida. Hoy pedimos medidas penales; hoy pedimos recursos; hoy pedimos agilidad; hoy pedimos soluciones. Hoy. Pero hoy nacen nuevos niños a los que no somos capaces de transmitir valores. Hoy nacen como individuos que necesitan desligarse de la sociedad para despuntar, para medrar. Hoy enseñamos que una pataleta sirve para conseguir antojos. Hoy restamos valor al ser social para centrarnos en el egocentrismo como medio. Hoy deshumanizamos a la sociedad, porque vivimos en una sociedad deshumanizada que carece de tiempo y de ganas de seguir avanzando como colectivo.

Y, lamentablemente, mientras no seamos capaces de mirar a cuantos nos rodean con una sonrisa en los ojos, mientras no apostemos firmemente por la búsqueda del bien común, mientras los demás nos resulten excesivamente ajenos, no lograremos desechar conductas tiránicas.

La educación como arma está en boca de todos, sí. Pero la educación del ser humano no es una responsabilidad de unos pocos. Todos debemos contribuir a formar en valores, en respeto, en tolerancia. Los profesores carecen de autoridad, en ocasiones arrebatada por los progenitores de sus alumnos con manifestaciones acaloradas en las que se exige una mayor consideración hacia el escolar; los padres carecen de autoridad, dado que ellos mismos reniegan de ella al negarse a imponer unas reglas mínimas de convivencia. El único objetivo, lograr que los pocos minutos en los que comparten espacio con sus hijos sean apacibles y, para ello, se valen de las nuevas tecnologías como "entretenimiento" con cierta capacidad "educadora" y de la compra de cariño mediante obsequios. Los medios de comunicación carecen de autoridad, ya que sus contenidos están a merced de los dictámenes económicos, definidos a partir de las exigencias de la audiencia. La audiencia carece de autoridad, dado que demanda un mayor control en los contenidos mediáticos y sin embargo consume carnaza, y aplaude peleas, y jalea encontronazos. Y sigue la maraña de responsabilidades, en las que los gobiernos también carecen de autoridad, ya que son incapaces de garantizar políticas que contribuyan a la conciliación de la vida familiar y laboral, permitiendo de este modo que las nuevas generaciones crezcan solas.

El goteo de víctimas es incesante. No sólo no se ha detenido, no sólo no ha decrecido su frecuencia, sino que va a más y, si consentimos la deshumanización social, crecerá. ¿Dónde está el freno? ¿Por qué nadie lo acciona?