Ella, casta y pura, toda para él, a quién entregué mi juventud, a quien entregué mi vida con tan sólo quince años. Yo por entonces dejé la escuela, que ya me costó llevarla adelante en el pueblo con la faena que tenía en casa: la comida de papá, la ropa de papá, su tabaco, sus caprichos… que tiene que estar como un rey, para eso está harto de trabajar.
- ¿y yo, mamá?
- ¿Y tú? “Calla niña, que las cosas no son así, aquí cada cual tiene sus cosas y el mundo tú no lo vas a cambiar, ni vas a cambiar mi forma de pensar ni la de tu padre”
Que ilusa ella, y que ilusa yo. Ella porque se fue a la tumba, que ya le tocaba, cansada de oficio, olvidada y engañada, con más pena que gloria pero no cumplida consigo misma y entregada al que lentamente la estaba matando; yo, por obediente, por educada y complaciente, por seguir sus sabios consejos, entregada a su mundo, abandonando muñecas, mi virgo… y aquel montón de ilusiones que en mis cajones guardaba: mis ahorros, mis libros de la escuela, mis fotos de cría y las de el, quien con poemas bonitos siempre me hacía sonrojar.
¿Qué habrá sido de todos mis sueños? Maldita sea mi vida, maldita mi suerte y mi estampa; malditos sean el pueblo, las vecinas, el cura y la leche mamada; malditos sean los prejuicios, el querer aparentar y el vivir en una tierra desconsiderada; maldito el Don, el Señor, la posguerra y la mentalidad en ella arraigada; malditos aquellos años y esta cosecha podrida que recojo hoy y que comeremos mañana.
Él entrará por la puerta una vez más y, una vez más, vendrá cansado del trabajo, de la borrachera, del fútbol y de las lúcidas conversaciones del bar y de sus amigos de barra. Se sentará en la mesa, me pedirá las zapatillas y me gritará si la ropa no está planchada. Comerá hasta la saciedad, beberá mucha cerveza con la comida y se sentará delante del televisor hasta bien entrada la madrugada. Yo mientras estaré dormida, si no me requiere su excelencia por hoy o si ya no me reclama para ninguna otra tarea doméstica que pudiese necesitar de mi atención. Luego vendrá a la cama apestando a alcohol y tabaco, con barba de dos dias, olor a sudor y una retahíla de emociones que de pronto le emanan. Querrá sexo y me despertará su olor en mi oreja, la áspera lija de su cara en mi cuello y su brusca mano abriendo mis piernas al mismo tiempo que me gira y se acomoda encima cual perro. Si me quejo me golpeará, porque cada error es un golpe, ¿y cuáles son los errores? Él los actualiza a su antojo, están a la orden del día. Tragaré su aliento, soportaré sus manos en mi cuello y todo su Ser clavado en mi alma. Será rápido pero se me antojará eterno, será fugaz pero tortuoso, me dolerá más por dentro que por las marcas dejadas… Y digo yo, si no le gusto, si estoy fea, desaliñada, gorda, enferma y no valgo ya para nada… ¿qué diferencia hay entre ser violada en la calle y ser violada en el matrimonio? Al de la calle no se le conoce, es un mal trago que pasa una vez y se repite en la mente durante mucho tiempo; sin embargo, ¿qué puedo decir yo? Que soy violada cada noche, que me siento por dentro ultrajada, que me alimento de vejaciones cotidianas, que espero el mañana para ver si cambia, que no hablo por vergüenza, porque la sociedad consiente y calla… Se repite en mi mente y en mi cuerpo continuamente.
Luego se quedará dormido y yo me sentiré más sucia que si casta y pura no hubiera llegado al matrimonio. Me levantaré con cuidado de que no se despierte y, si hizo ruido, me golpeó o me gritó antes, tendré la precaución de ir a ver a los niños para comprobar que, con un poco de suerte, esta vez no se despertaron. Me encerraré en el baño, lloraré en silencio por un momento largo y tendido hasta quedar vencida por el sueño; acto seguido lavaré mi cuerpo, mas no conseguiré lavar mi dignidad ni mi conciencia, no de momento al menos. Ya extenuada, volveré a la cama, a su lado, por si necesita calor, por si necesita mi cuerpo a su lado, para dormir unas horas y levantarme temprano, pues el desayuno no puede hacerse esperar, ni los niños, ni las labores domésticas, ni el vaivén cotidiano. Él dice… que trabaja como un negro, en su camión de transportes, de lunes a viernes y de ocho a cuatro; yo vivo “como una reina”, con “la comida en la boca”, un techo “regalado” y un par de críos que “con orgullo me ha dado”.
Por la mañana iré temprano al mercado, paseando la pena en los ojos y su cariño en mi cuello con un pañuelo que no tapa tanto descaro, entre inquisidoras miradas que murmuran a mi paso. Yo continúo caminando, para eso trabajo a jornada completa, sin contrato, más doce horas extras que no cobro con dinero, sino con desprecio, obligación y malos tratos. Los niños estarán en la escuela, él muy atareado y yo, sin tiempo de nada, matando la horas con la fregona, la lavadora, la plancha, la comida… el dolor, el vacío, el rencor, el miedo, el desamparo…