Retomo un post de mi blog (enero, 2008). Es genérico, pero, a fin de cuentas, también viene al caso.
Me cansan los lamentos insustanciales. Me hastía escuchar cómo se eleva a la categoría de sublime un simple inconveniente. Me hiere la incapacidad de empatía. Y me asquea construir falacias alineando píxeles.
Y me apenan quienes justifican la ira como defensa preventiva. Y me embarga la tristeza por aquéllos que no entienden otro lenguaje que el de la violencia. Y me desgarra el pesar por quienes no ven más allá de sus inseguridades, cuando muchas de ellas derivan del fomento de la desigualdad. Una circunstancia propugnada desde esa insensibilidad con la que pretendemos mantenernos infranqueables y que es el detonante de todos los miedos.
Y pese a ello continúo inmóvil, ante mi pantalla, lamentando que, como yo, haya gente incapaz de ver más allá de su ombligo, de levantarse y de exigir amparo, cooperación, acogimiento. Y mi parálisis no hace sino acentuar las desigualdades de las que tanto me quejo. Y es por ello que sigo caminando aferrada a mi bolso cargado de pequeñas miserias.
1 comentario:
Hola Markesa:
Explicitar estas contradicciones ya es mucho, una señal de honestidad y de valentía -por qué no-, también.
Beso
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