sábado, 22 de octubre de 2011

Promesas que nunca llegan a tiempo

Se creía una mujer de su tiempo: libre, fuerte, capaz. Tras luchar por sus metas, la vida parecía sonreirle. Tenía una carrera y un futuro prometedor por delante. Y se enamoró. Era un hombre amable, algo tímido y extremadamente culto. Defendía con vehemencia sus ideas, pero el mundo parecía detenerse en su presencia. Solos los dos, nada más parecía importar.

Por eso ella, tan libre, decidió compartir su espacio y empezar a construir un presente de dos. En los primeros tiempos, comenzaron las ausencias. Tertulias con amigos y ninguna obligación. Ella ya no era su mundo. Ni siquiera cuando compartían ese espacio público en el que ella dejó de brillar mientras él la silenciaba poco a poco. Pronto intentó minimizarla, ridiculizar sus argumentos y acallar cualquier idea que pudiese poner en entredicho las suyas.

Humillada, decidió optar por la resignación. A fin de cuentas, elevar más la voz no era una solución. No al menos en su mundo, en las discrepancias se solucionaban con argumentos, no con imposiciones. Además, a fin de cuentas, le quería y, como siempre le dijeron, una mujer ha de tener paciencia y mano izquierda. Pero eso no se enseña en ninguna facultad.

Cuando logró evitar cualquier réplica a sus argumentos, comenzó a debilitar otro flanco y a dudar de su buen gusto al vestir. Las faldas siempre eran demasiado cortas y los escotes exagerados.
Y así se le fueron quitando las ganas. Su trabajo era la única vía de escape, pero al acabar la jornada regresaba a su condena. Nada era tan grave como para no poder soportarlo. Pero quién ha dicho que haya que soportar. Ah, sí, ese manido "las mujeres de hoy en día no aguantáis nada".

Tras el menosprecio, llegaron los insultos, los gritos y los zarandeos. ¿Hasta dónde se supone que hay que aguantar?

No hay que aguantar. No podemos consentir que nadie nos zahiera. Después del insulto, llega el golpe y tal vez la muerte.


Cierto que entre lágrimas piden disculpas, prometen un cambio, nos juran amor eterno. Pero nadie merece que permanezcamos a su lado esperando el cambio, porque el cambio del maltratador nunca llega a tiempo.