viernes, 29 de marzo de 2013

A pie de calle

Esta mañana nos hemos topado en mi ciudad con una cruel noticia, la muerte de una mujer presuntamente a manos de su pareja. Tenía 37 años. Al parecer, su hijo mayor, un adolescente, presenció la vileza del agresor.

El cuerpo de la mujer presentaba varios hachazos y, según algunas fuentes, alguno podría haber ido directamente al vientre, según los primeros testimonios en cinta, de esta mujer, que falleció, cubierta por su propia sangre.

La noticia es terrible: una ciudad pequeña y un crimen inhumano. Un crimen que lleva existiendo toda la vida y que, pese a la presunta evolución social, se perpetúa una y otra vez. Lo hace cada vez que esquivamos un suceso luctuoso y decidimos mirar hacia otro lado.

En este o en cualquier caso, hay que hablar de presunción de inocencia, hasta que un juez determine la implicación del presunto agresor. Pero donde no hay presunción es en la muerte. Los hachazos que recibió esta madre (podría haber sido la nuestra) no son supuestos. El cuerpo de la víctima prueba la saña de su agresor, sea cual sea su nombre. Y, pese a que la mujer trató de huir, ni siquiera la llegada de una ambulancia medicalizada supuso un desenlace mejor para ella.

Si se constata que la muerte fue consecuencia de la agresión de su pareja, estaremos ante un nuevo caso de violencia doméstica. Pero es preciso llamar la atención sobre un hecho: hasta hace no mucho tiempo, incluso en prensa, habríamos sido frívolos y habríamos tildado esta atrocidad como un crimen pasional. Lo dotaríamos incluso de un cierto halo de romanticismo. El criminal, presupondríamos, sería una persona atormentada por tanto amor como sentía, un tormento que derivaría en locura y a fin de cuentas esta última sería la única culpable de llevarle a un desvarío tan atroz. Posiblemente, buscaríamos también presuntas justificaciones: desde un desliz probado hasta uno imaginario, que el violento secundaría alegando a la supuesta coquetería de su víctima, o a cómo saludó aquella mañana al cartero, o a quién sabe qué. Cualquier indicio, por ridículo que fuese, resultaría válido para el verdugo.

Ahora, no obstante, llamamos a este tipo de crímenes por su nombre. Se trata de terrorismo doméstico, sin más. Y al hablar de terror lo hacemos de un terror cotidiano: una víctima de violencia en el hogar no la sufre de forma puntual o aislada, sino que decenas de síntomas preceden al cruel desenlace. Estos debieran haberla prevenido y debieran haber derivado en un diagnóstico para su sufrimiento diario. Pero la víctima de este tipo de agresión continuada llega a creerse culpable o merecedora del trato vejatorio, de las riñas, de los paternalismos a los que es sometida; y, aunque evidentemente le duelen los golpes, llega hasta a justificarlos. También le puede la vergüenza, y la sensación de fracaso.

El agresor, por su parte, tiende a ser cobarde y acomplejado; y quiere reforzar su ego intimidando y educando. A simple es vista es encantador. Quien maltrata en el ámbito doméstico parece de puertas para afuera el más detallista, el más amante, el más protector, en definitiva, el mejor. Incluso genera envidias y hay quien lo quisiera para sí como pareja. Pero tanto celo no implica más que el reflejo de sus inseguridades y no olvidemos que no hay fiera más peligrosa que la que está o se siente herida, aunque la laceración proceda exclusivamente de sí mismo y su mediocridad.

Ya está bien, por tanto, de buscar posibles culpas o provocaciones en las víctimas, que es lo que hemos venido haciendo durante décadas. Gracias a ello, los agredidos siguen sufriendo, arriesgando su vida y la de sus hijos, luchando por un amor que no es amor... y dejando, una y otra vez, que los juzguen, desde los desconocidos hasta sus propias familias. Muchas conductas agresivas siguen, de este modo, impunes. Y esto, en una sociedad que presume de avanzada, es intolerable. Ya está bien de criminalizar a la víctima, de dudar de su palabra. Y ya está bien, por tanto también, de las falsas denuncias para lograr separaciones más ventajosas, porque no hacen sino perjudicar a quien realmente sí sufre maltrato.

Resultan irracionales también las condenas ridículas o las posibilidades que se ofrecen a un violento para reducir su estancia en prisión. No olvidemos que un agresor tiende a tener buena conducta en la cárcel, pues solo se ensaña con aquel al que ve menos fuerte. La rehabilitación de un maltratador, como tal, no existe. Su conducta agresiva puede permanecer latente, cierto, pero eso no quiere decir que haya desaparecido y, por tanto, hay que estar en constante alerta.

En todo caso, si todavía no hemos logrado erradicar tamaño mal, hemos de reconocer que nuestra sociedad dista mucho de ser aceptable. Si todavía culpamos a la víctima de su sufrimiento, tenemos mucho en qué pensar. Si buscamos posibles justificaciones para los maltratadores y para los asesinos, de qué podremos quejarnos si algún día nos toca ser objeto de su ira.

Vivimos, a fin de cuentas, en una sociedad fracasada, que merece un suspenso en este y en muchos más ámbitos. No hay educación, ni conciencia, ni consciencia. El ser humano no sabe qué es el amor. Cómo, por tanto, sabrá canalizarlo. Una persona aterrada no puede amar, solo temer y resignarse al yugo al que la somete su verdugo; al castigo, a fin de cuentas, al que la hemos condenado todos. La culpa del maltrato es del violento, claro que sí, pero también de esta sociedad que hemos construido dejando los valores al margen.

Lamentablemente, yo también formo parte de este colectivo. Cómo no hacerlo, si vivo y crezco en él. No puedo, por tanto, mirar para otro lado cuando ocurre un suceso deleznable. De una manera u otra, yo también soy culpable de que este terror doméstico perviva y de que hoy, en mi ciudad, haya muerto otra mujer a manos de un violento.

PD: Según los primeros testimonios, la fallecida estaba embarazada. A medida que avanzó el día, se desmintió este hecho.


domingo, 27 de enero de 2013

Soñé que te soñé

Anoche soñé contigo.
Sin embargo tú no sabías que estaba mirando.
Ví cómo fuiste desagradable con tu secretaria, esa mujer maltratada por su marido que hace todo lo posible para que todo esté bien. Le dijiste que el informe estaba mal redactado y que era una inútil. Luego, sin pestañear, le chillaste para pedirle un café.
Vino el café transportado por la mano temblorosa de ella. Ella, que nunca se queja, que nunca protesta, que nunca se atreve a decir una palabra más alta que la otra. Ha aprendido a lo largo de su vida que intentar decir algo no sirve de nada. Lo supo cuando su madre murió a golpes a manos de su padre. Lo supo cuando su hermano cayó en coma cuando su padrasto le enseñó modales. No lo olvidó cuando su novio le advirtió de las nuevas normas a cumplir...
Una gota de café cayó en tu corbata y tu ira no se hizo esperar.
Anoche soñé contigo. Que tu secretaria estaba viva aún. Que tu café no se había derramado y que tu corbata sirvió para volverte de un color morado intenso.

Hoy soñaré de nuevo contigo...mi hermana, que era tu secretaria y yo, tenemos nuevas aventuras para tí. Como verás, yo tampoco estoy viva, morí el día que me tiré por un puente antes de que el puñetazo de una alimaña me matara.

sábado, 19 de enero de 2013

NO TE RINDAS





La desesperanza actual es tal, que ya somos incapaces de seguir en una de las luchas mas importantes, que son los malos tratos.

¿Hemos perdido la lucha? ¿Nos hemos rendido?

Espero que no.

Pero si es cierto, que tenemos que volver a dar un giro de 90 grados, porque ahora nos maltratan por todos lados.

Hay muchas mujeres que sufrirán mas malos tratos que antes, y tenemos que estar dispuestas a luchar ahora antes de que esto suceda, defendiendo con uñas y dientes por los derechos que nos están robando.

Nuestro comportamiento ante un maltratador siempre es el de sentirnos culpable.

Si el maltratador llega a casa borracho y descarga su agresividad con nosotras, lo soportamos y muchas veces lo justificamos y le perdonamos, sabiendo que habrá otra vez.

Ahora, nos encontraremos con otro tipo de hombres, hombres que eran tranquilos y felices, con su sueldo para vivir y poder viajar en vacaciones.

El hombre que los 40 le despiden y sabe que no va a volver a trabajar nunca mas… Perderá su casa, verá que no puede traer dinero para que sus hijos coman y poco a poco su autoestima estará por el suelo.

Esta situación creará dentro de cada persona, hombres y mujeres  un odio que irá creciendo y convirtiéndose en un rencor hacia el mundo.

Nosotras porque no podremos soportar ver a nuestros hijos con hambre, o que les señalen en el colegio por ir sucios, porque no tenemos como pagar el agua, o no llevar los libros al colegio, por no poder comprarlos y ser castigado por ello.
Se nos encogerá el corazón odiaremos por la injusticia ….y lloraremos.

Pero muchos hombres, nos harán a nosotras culpables de sus odios, de esos que han ido creciendo, y que no han sido capaces de ir dosificando en la lucha contra las injusticias, en las protestas, en las manifestaciones, en el todo por el todo contra el que hoy nos maltrata a todos.

No.

Habrá hombres destruidos y cobardes que se desahogaran con nosotras.

Entonces nosotras ya no lloraremos……porque estaremos muertas.