miércoles, 30 de mayo de 2012

El último viaje en coche




Siempre le había gustado viajar en coche, dejarse llevar y permanecer en silencio mientras observaba el paisaje que rápidamente cruzaba ante sus ojos, al mirar por la ventanilla abierta. Sentir el aire en su rostro, su flequillo alborotado y si era posible una bonita música de fondo para disfrutar mejor del paseo.
Hoy, la ventanilla del coche permanecía cerrada, no había música ni siquiera podía ver el paisaje porque la noche era muy oscura. El silencio tan solo era roto por el motor del coche. Aún así, ella disfrutaba del viaje con su pensamiento perdido en alguna parte muy lejana de donde se encontraba realmente.

Llevaban circulando cerca de tres horas –calculaba Celia- cuando de repente, una nausea que no pudo controlar, provocó que vomitara hacia el lado derecho de donde se encontraba.

.- ¡Puta! –oyó que vociferaba la persona que le había acompañado en estos últimos días.

Ella no le hizo caso, y siguió con esa sonrisa estúpida marcada en su cara sucia después de incorporarse y volverse a recostar sobre el asiento del coche. La voz de Ángel, que hacía apenas unas semanas le parecía de locutor de radio, le chirriaba ahora los oídos cada vez que le escuchaba.

Cuando lo conoció en el que era su primer trabajo en la redacción del periódico, ella como becaria y él como redactor jefe de la sección de noticias locales, siempre le pareció muy atractivo, tranquilo y simpático. Parecía ser el hombre perfecto, amable con todos sus compañeros y muy detallista con ella. Rápidamente cayó rendida entre sus brazos influenciada por el embrujo de esos ojos verdes que la observaban y por las delicias de sus frases con respecto a su rendimiento en el trabajo.

Apenas se habían visto fuera del trabajo una decena de veces. Ella, a pesar de su juventud, quería que su relación fuera más visible a los ojos de sus amistades, pero él siempre le pedía más tiempo. Es decir, se tenía que conformar con mirarlo en las muchas horas que pasaban en la oficina, y esas pocas veces que salieron a pasear, cenar y hacer el amor en su apartamento. Nadie en la oficina sabía de los encuentros esporádicos que ambos consumían en sus ratos libres de trabajo, cosa que para ella se había convertido en un juego. Al fin y al cabo, era lo que Ángel deseaba.

Fue en uno de esos encuentros en el apartamento de él, cuando sintió un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento. Cuando despertó y desde ese momento, ya nunca supo dónde se encontraba ni qué día de la semana era. Se encontraba en lo que ella creía un sótano por la oscuridad que envolvía todo, por el olor a humedad y polvo y por el silencio que atronaba su cabeza. Ésta le dolía mucho, al igual que las muñecas por el roce de la cuerda que le ataban.
Cada cierto tiempo, alguien a quien no reconocía por la oscuridad que reinaba, le traía algo de comer y agua para beber. Pero ella apenas probaba bocado. El dolor de cabeza que tenía era intenso y vomitaba con mucha frecuencia.

En un par de ocasiones, el hombre que entraba en silencio a traerle la comida, le bajaba las bragas y la penetraba con fuerza. Apenas tardaba unos minutos en correrse, mientras ella dejaba deslizar una lágrima por su rostro hasta llegar a sus labios y bebérsela.

Cuando un día la tomó en sus brazos y la metió en un coche, ella ya no sentía dolor. Tan sólo vivía alimentada por sus pensamientos. Incluso llegó a sentir placer con el movimiento del coche circulando por la carretera y el sonido del motor.
No le importaba el destino. Tan sólo deseaba que esa historia con final no feliz, terminase cuanto antes.

Y enseguida terminaría. En un momento determinado, el coche se paró. Él se bajó y durante unos minutos, ella se encontró a solas entre sus propios vómitos.
Al rato, él abrió la puerta del coche por donde ella estaba y la arrastró afuera sujetándola por las axilas. A pesar del golpe que recibió al dejarla caer al suelo, agradeció que el frescor del aire de la noche le diera de lleno en la cara.
Apenas estuvo unos momentos parada. Enseguida él, nuevamente, la agarró por las axilas y la arrastró hasta lo que parecía la orilla de un río.
Un golpe en la cabeza y todo terminó para Celia.

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Al día siguiente, como cada día a la misma hora, había reunión en la redacción para comentar y debatir las noticias que iban llegando a la redacción.
Ángel desde su mesa y rodeado de sus becarios y asalariados, distribuía el trabajo.

.- Encontrado el cadáver de una joven flotando por el río a su paso por la ciudad- leía impasible. Miguel, tú y Sonia acercaros a la zona.

Alguien, en algún momento preguntó:

.- ¿Hoy no ha venido Celia?


martes, 15 de mayo de 2012

Isabel





Cinco balas entraron en su cuerpo
rompiendo la carne y los huesos,
como cinco miradas de odio,
una por cada vez que fue rechazado.

Cuanto más crecía su amor,
¿qué amor?,
más grande se hacía su odio,
¿qué amor?

Cinco balas entraron en su cuerpo,
demasiado pronto,
solo tenía diecinueve años
y mucho amor... pero no para él.

Cuanto más la veía,
tan joven, tan rubia y lozana,
con toda la vida... para otros,
más crecía en su interior... el odio

ese extraño amor ponzoñoso
que nada sabe de besos, ni razones,
de miradas, ni razones,
de abrazos, ni razones.

Cinco balas entraron en su cuerpo,
como cinco sinrazones,
que se llevaron sus besos, sus miradas, sus abrazos,
sus caricias y su amor

que no pudo dar
a los hijos que no tuvo,
que no pudo dar... a nadie,
era muy joven todavía.

Su cuerpo blandió el aire
ante la mirada de su asesino
satisfecho ya por fin,
¡si no eres mía no lo serás de nadie!

le dijo con su voz desconocida,
mientras ella caía y caía
con su cuerpo de marioneta
con todos los hilos rotos

por cinco tiros,
uno se llevó sus besos
otro apartó sus abrazos
otro cegó su mirada

uno más quebró sus caricias
y el último arrastró su amor,
arrancándolo de su interior,
sobre un charco de sangre... de su sangre.

Su cuerpo descerrajado,
agonizante,
quedó inerte sobre el suelo
perdiendo la vida por los cinco agujeros

de las cinco balas,
que interrumpieron sus sueños,
que interrumpieron su vida,
pero no su recuerdo.

Cinco balas entraron en su cuerpo,
rompiendo sus carnes y sus huesos,
como cinco vidas perdidas
antes de tiempo.

¡Isabel murió cinco veces!
¡Antonio la mató cinco veces!
porque no era suya,
no la mató una vez... sino cinco

de una manera cruel y atroz,
como no se mata ni a un perro,
¡la próxima vez no lo pienses dos veces
y mátate tú cabrón!

Antes de hacer nada más
pégate tú el tiro y desaparece,
sin dejar siquiera un recuerdo
tras de ti,

dejando la paz,
que no supiste dar,
y el amor,
que no supiste conquistar.

El amor de Isabel
fue arrancado un día
once de julio
sin ni tan siquiera brotar,

en el zaguán
detrás de la puerta.
Fue arrebatado por cinco balas
que se lo llevaron

tan lejos,
que nadie lo podrá ver,
tan rápido,
que no tuvo tiempo de florecer.

Ignacio Pacheco Cabrera