jueves, 27 de diciembre de 2012

Una soga, que se estrecha aún más

El hecho de que el porcentaje de denuncias de agresiones en el ámbito doméstico se haya reducido en los últimos tiempos, lejos de ser un motivo de alivio, no es más que otra mala noticia.

Este decrecimiento no se corresponde con una disminución en el número de ataques físicos y/o a la autoestima, sino que está íntimamente ligado a otros miedos que se suman a los que a diario sufren ya las víctimas de este tipo de violencia.

La actual situación socioeconómica condena a muchas personas a perpetuar su situación ante la imposibilidad real de garantizar la supervivencia digna de cuantos dependen de la unidad del seno familiar. Si ya resultaba complicado sacar adelante, por ejemplo, a los hijos en tiempos de bonanza, es infinitamente más difícil en la actualidad, dado que el desempleo es el mal común que afecta a miles de familias y hallar un trabajo con el que sostener a quienes dependen de uno resulta extremadamente complejo (y más, teniendo una orden de alejamiento a cuestas, dado que muchos empresarios no se quieren arriesgar a tener algún episodio violento en sus compañías).

Llegar a fin de mes exige, a día de hoy, sumar entre todos y analizar la necesidad real de ejecutar cada gasto. De ahí que muchos prefieran lidiar con su sufrimiento a condenar al hambre a los suyos.
Los recortes, a mayores, se suman al miedo. Esto es debido a que propician que se acrecente la indefensión y que se cotidianice el terror. Así, una denuncia es simplemente una excusa más para el agresor que, a buen seguro, se vengará del hecho de haber sido puesto en entredicho; pero, al tiempo, verá como, en buena medida, sus actos resultan finalmente casi impunes, lo que le llevará a envalentonarse y a creer que su comportamiento no es del todo incorrecto.

Huir y empezar de nuevo (pese a los miedos y a la necesidad de reponerse psicológicamente) fue otrora la única e injusta opción, pero, dada la actual escasez de ayudas, a la víctima le resulta prácticamente inviable dejar de convivir con quien la maltrata.

Cuando a los habituales se suman tantos condicionantes nuevos, se estrecha aún más la soga, hasta el punto de que ya no hay aliento ni para pedir auxilio. Solo quietud, para intentar que esta no ahogue, para conservar las fuerzas y para sobrevivir.

Es por ello que resulta imprescindible que continuemos gritando para impedir que se favorezcan situaciones que puedan afectar al derecho a la dignidad del ser humano, pues, cualquier día, podría tocarnos a nosotros, a nuestros hijos, a nuestros familiares, a nuestros amigos. La violencia en el ámbito doméstico no hace distinciones y cualquiera es una víctima potencial.