domingo, 5 de enero de 2014

La información, cuando confunde

http://www.europapress.es/epsocial/igualdad-00328/noticia-mujeres-piden-tomar-cautela-caida-victimas-violencia-genero-2013-achacan-menos-denuncias-20140102171557.html

El titular es correcto, no hay lugar a dudas. Es preciso tener cautela y así lo expresamos todos, puesto que una caída en cuanto al número de víctimas de violencia de género es en sí misma una buena noticia, pero tras esta cifra se oculta la miseria. Y me explico, y se explican en el texto: la caída tiene que ver con el descenso también en el número de denuncias (que no de situaciones de maltrato vividas en el hogar) y con el decrecimiento en el de los procesos de separación o de divorcio emprendidos (dado que el maltratador, cuando tiene a su víctima a su merced, no quiere agotar el saco contra el que golpea sus mediocridad y, por tanto, rara vez la mata). Estos datos son consecuencia directa de la crisis, del encarecimiento de los procesos y del desamparo creciente por parte de quienes denuncian y que, en lugar de hallar protección, se encuentran con unos recursos económicos limitadísimos para llevar a cabo una protección que se adecue a sus necesidades básicas y, por tanto, se encuentran completamente expuestos a su agresor y a sus iras.

Pero, quien lea esta información desde una posición incorrecta entenderá que callarse y aguantar, como durante siglos nos enseñaron a las mujeres, es el mejor modo para esquivar a la muerte; y hablo de esta posibilidad, que a muchos nos parece inviable y aberrante, puesto que, como todos sabemos, hay quienes defienden la sumisión como la conducta idónea para ser una buena esposa y madre. Ejemplos tenemos, incluso en publicaciones recientes. Cásate y sé sumisa, que despertó una enorme polémica, no hace más que expresar el dogma de la iglesia a la que pertenece su autora. Por tanto, a ninguna practicante y a ningún practicante, debería sorprenderle lo expuesto por la periodista italiana Costanza Miriano. De hacerlo, serían desconocedores absolutos de lo que predica su iglesia o, simplemente, hipócritas.

Pero, desde luego, esas teorías, que tanto nos chirrían y que (para ella y para buena parte de la estructura jerárquica de esa iglesia multitudinaria) están todavía en boga, no son ni mucho menos aceptables, dado que atentan contra los derechos fundamentales del ser humano. Resignarse no es la solución; y mucho menos cuando la arbitrariedad de aquel al que se ha otorgado simbólicamente poder casi absoluto sobre la familia, implica maltrato psicológico o físico.

Puede que aceptar la situación y lavar los trapos sucios en casa, como se hacía antaño, sirva de parche a la sociedad, que, de este modo, tendrá mucho más fácil mirar para otro lado. No obstante, de un modo o de otro, muchos de los que la conforman han tenido que lidiar con un drama así o lo han visto de cerca; un drama que prefieren olvidar y que, al desechar de sus vidas, optan por considerar erradicado. Para secundar dicha creencia, no tienen más que ampararse en esos datos estadísticos que simplemente hablan de mortalidad, no de realidad, ni de sufrimiento diario. Datos estadísticos que les permiten creer que estamos en el buen camino, que las cifras son favorables, que algo se habrá hecho bien. Y, por ello, para muchas víctimas optar por el silencio es el recurso más fácil. No obstante, ese parche no cura, simplemente tapa la vergüenza y, con ella, las heridas, que no dejan de supurar.

No nos engañemos: callar nada soluciona y nada cura; pero, lamentablemente, tal y como están las cosas, denunciar tampoco; porque la protección prácticamente se ha desvanecido. No hay recursos para nada. Solo para acrecentar las riquezas de quienes jamás las perdieron y para humillar aun más al que en su día intentó medrar, según nos han contado y según creen algunos, por encima de sus posibilidades.
Pero reconfortados en nuestros míseros logros de supervivencia creemos que los derechos fundamentales son privilegios y renunciamos a ellos, olvidándonos de que quien calla a una persona maltratada nos está callando a todos, nos está reeducando en la sumisión y nos está preparando para aceptar cuanto dolor nos quieran infligir. Y esa conducta sumisa y servil ya está empezando a ser reproducida por centenares de adolescentes, que, sin saber muy bien por qué, han decidido erigirse en inferiores al varón y aplaudir comportamientos que las sometan.

Nos hemos cansado de hablar de la educación como clave y nos hemos convencido de que estábamos en el camino correcto, pero hemos fallado. Tanto hemos querido proteger a las nuevas generaciones de la historia y su devenir que estas son incapaces de comprender cuánto se ha luchado y cuánto se ha sufrido para lograr una posición como la que habíamos alcanzado y que día a día estamos perdiendo a pasos agigantados.

Por tanto, pese a que estamos agotados de tanto luchar y pese a que vemos como nuestros derechos son zarandeados hasta pasar a un segundo plano, hoy más que nunca es tiempo de volver a las trincheras y, desde ellas, iniciar de nuevo la contienda. Poquito a poco, pero con paso firme, habremos de lograr que nadie nos silencie y que nadie nos confunda con estadísticas que únicamente sirven para lavar conciencias. Los cuentos de hadas ya no nos sirven; y mucho menos cuando la princesa es servil y el príncipe no sabe de caballerosidad ni de respeto.

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